¿Hay alguna evidencia que sustente la asignación de estilos de aprendizaje a nuestros estudiantes? Si no la hay, ¿cómo podemos fomentar el aprendizaje del alumnado con diferentes necesidades de apoyo educativo? ¿Qué estrategias favorecen el aprendizaje de todo nuestro alumnado, en la diversidad del aula real?

Tanto las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC) como las redes sociales han suscitado, ya desde sus orígenes, grandes debates sobre la idoneidad de su uso en el aula por parte de estudiantes, docentes y familias. Estos debates complican las decisiones de los equipos directivos de los centros educativos, que se dividen entre quienes apuestan firmemente por el uso de TIC de manera global y quienes prefieren un uso más focalizado en la propia competencia digital.

Si algo nos ha enseñado la investigación educativa es que en clase no hay ninguna receta infalible, pero también que existen ingredientes que resultan clave para que cualquier receta termine siendo eficaz para promover el aprendizaje significativo. Estos doce ingredientes derivan de principios básicos sobre cómo aprenden las personas que son universales.

Os invitamos a ver los momentos destacados que tuvimos en el debate del Twitter Chat el pasado 19 de octubre con José Ramón Alonso tras publicar su artículo “La neurociencia como herramienta para la mejora del aprendizaje”.

Durante mucho tiempo se ha planteado que la neurociencia y la educación eran dominios demasiado alejados: uno forjado en el ámbito controlado del laboratorio, con maquinaria sofisticada y cara, con técnicas complejas y modelos simplificados, muy diferentes de la realidad. El otro en el ambiente fresco, natural y a veces caótico del aula, con herramientas simples, con poca capacidad de inversión, con numerosas variables incontrolables y con la maravillosa variedad de la especie humana.

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