Lunes, 12 Abril, 2021

Tanto las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC) como las redes sociales han suscitado, ya desde sus orígenes, grandes debates sobre la idoneidad de su uso en el aula por parte de estudiantes, docentes y familias.

Estos debates complican las decisiones de los equipos directivos de los centros educativos, que se dividen entre quienes apuestan firmemente por el uso de TIC de manera global y quienes prefieren un uso más focalizado en la propia competencia digital. En ocasiones, esta decisión tiene más que ver con tratar de ser un centro innovador que proponga nuevas formas de enseñar y aprender que con la evidencia conocida sobre sus beneficios pedagógicos. No obstante, para que una innovación sea tal, no basta con la mera novedad sino que tiene que ser mejor que lo que ya había.

Además, dentro de estos debates hay varias preguntas que a veces se confunden: ¿aprendemos mejor con las TIC en el aula? ¿hay que aprender TIC en el aula? ¿tiene sentido usar redes sociales digitales en clase? ¿hay que aprender a usar redes sociales en nuestro centro educativo?

Si atendemos a la primera pregunta, a juzgar por la evidencia conocida, la respuesta es que en la mayoría de casos no aprendemos mejor con las TIC en el aula. Esta respuesta, que puede resultar sorprendente si tenemos en cuenta el gasto en tecnología que muchos departamentos y ministerios de Educación han realizado en los últimos años, tiene su explicación en múltiples factores.

El primero de ellos está relacionado con la importancia de la lectura para el aprendizaje. Sabemos que tanto la actitud hacia la lectura como la propia competencia lectora de cada estudiante son buenos predictores de su desempeño académico [Bastug, 2014]. Esta es una de las principales razones por las que el tercer curso de educación primaria cobra una gran importancia puesto que supone el paso de "aprender a leer" a "aprender leyendo".

La habilidad lectora es una condición clave para que se produzca un buen aprendizaje curricular pero también influye el medio en el que leemos. Cuando comparamos la lectura en papel con la lectura digital en pantallas, los resultados de varios estudios coinciden en afirmar que leemos mejor en papel que en digital. Esta ventaja del papel sobre las pantallas se hace mayor cuanto menor es el tiempo del que disponemos [Delgado, Vargas, Ackerman & Salmerón, 2018] porque a pesar de que no hay diferencias en velocidad de lectura en papel y en digital [Clinton, 2018], la lectura digital es significativamente menos precisa y hay una menor comprensión [Lenhard et al., 2017]. Podríamos pensar que esta diferencia se debe a la falta de familiaridad con la tecnología de la gente que lee, pero de hecho sucede lo contrario: la ventaja del papel sobre las pantallas se ha ido incrementando a lo largo de los años. Las razones tienen que ver con funcionalidades propias del texto digital que en principio parecen una buena idea (scroll, hipertexto, etc.) pero que en la práctica dificultan mucho conocer la estructura subyacente del texto leído [Cataldo & Oakhill,2000; DeStefano & LeFevre, 2007; Mangen et al., 2013].

Algo parecido sucede cuando sustituimos la escritura manuscrita por la escritura digital: mientras la primera ayuda a la memorización y el recuerdo, la segunda no logra ese efecto [Mueller and Oppenheimer 2014; Longcamp et al. 2005, 2008]. Cuando sustituimos actividades que requieren desarrollar habilidades motrices finas como la escritura manuscrita, el dibujo o la costura por otras más simples como deslizar un par de dedos por una pantalla, estamos privando a niños y adolescentes de actividades fuertemente asociadas al desarrollo de las funciones ejecutivas [Diamond, 2013]. En un mundo lleno de distracciones y ruido en diversas modalidades, las funciones ejecutivas del cerebro nos permiten inhibirlas y centrarnos en la elaboración de un plan para lograr nuestras metas [van der Fels, et al, 2015]. Sin ese entrenamiento previo, nuestra atención es fácilmente "secuestrable".

Precisamente, el mayor problema de las TIC y las redes sociales en contextos educativos tiene que ver con la atención. En febrero de 2020, Kathy West -una profesora de secundaria en un instituto de West Virginia- contabilizó más de 800 notificaciones en una hora de clase recibidas en los teléfonos móviles de sus estudiantes [Tweedy, J. ,2020]. El temor a estas interrupciones constantes, sumadas al neuromito de que el periodo máximo de atención ininterrumpida se sitúa en torno a los 10-15 minutos (extraído erróneamente un estudio de [Hartley & Davies, 1978], ha propiciado la creación de microcontenidos que no superen los 18 minutos de duración, como sucede en las charlas TED. Este límite superior es mucho menor en el caso de contenidos para plataformas como Instagram (15 segundos para historias, 60 segundos para las publicaciones, 60 minutos para directos), lo que propicia una comunicación condensada y poco profunda.

El contexto de aprendizaje juega también un rol fundamental como hemos podido constatar durante la formación a distancia en pandemia. El contexto presencial es síncrono, grupal, requiere habilidades sociales y está típicamente guiado. El contexto online, en cambio, es habitualmente asíncrono, individual, requiere habilidades tecnológicas y es auto-guiado, por lo que exige un gran desarrollo de las funciones ejecutivas. Si tenemos en cuenta el incremento de demandas cognitivas que el contexto online requiere, no sorprende saber que las tasas de abandono en los MOOC (cursos en línea masivos y abiertos) están por encima del 50% de media y superan el 90% en algunas áreas [Mehrabi, Safarpour & Keshtkar, 2020]. Abandonar es lo habitual cuando se trata de estudios online.

Si nos fijamos en el uso de la tecnología en contextos educativos presenciales, el análisis de los resultados de las pruebas PISA 2018 a lo largo del mundo [Bryant et al., 2020] concluyó que el tipo de dispositivo utilizado varía significativamente el resultado del aprendizaje: mientras el uso de proyectores y ordenadores con acceso a Internet en el aula correlaciona con mejoras equivalentes a un curso académico superior, quienes usan ordenadores portátiles y tablets en el aula obtienen peores resultados que quienes que no los usan. El uso de tablets es especialmente problemático ya que quienes las utilizan muestran un retraso de hasta medio año académico en todas las asignaturas con respecto a quienes no las usan. Al mismo tiempo, existen diferencias si la tecnología es usada solamente por docentes o tanto por docentes como estudiantes. En el primer caso -solo docentes-, los efectos son positivos en todo el mundo, mientras que los resultados son más difíciles de interpretar cuando tanto docentes como estudiantes emplean tecnología en el aula. En áreas de conocimiento con un alto grado de abstracción como es el caso de las matemáticas, los mejores resultados en todos los países los obtuvieron estudiantes que no usaban la tecnología en absoluto para su aprendizaje. En lo que respecta al desarrollo económico, social y educativo, los sistemas educativos más avanzados lograron buenos resultados independientemente del uso de la tecnología, mientras que los países con peores sistemas educativos no se vieron beneficiados por su uso sino todo lo contrario.

Estas conclusiones de los estudios mencionados no implican que haya que eliminar la tecnología de las escuelas pero sí sirven para darnos cuenta de que conviene recibir con mucha cautela las numerosas promesas que desde las empresas proveedoras de tecnología se lanzan a la comunidad educativa sobre las bondades pedagógicas de sus productos y servicios.

Son muchas las voces de personas -casi siempre ajenas a la educación- que alimentan el miedo a quedarse fuera de las revoluciones tecnológicas futuras si no apostamos todo a la educación digital. Sin embargo, resulta paradójico que uno de los perfiles profesionales más demandados sea el de matemáticas, un saber abstracto, teórico, que no requiere de tecnología y con un corpus conceptual lleno de teoremas formulados hace siglos. Las competencias del futuro (pensamiento crítico, creatividad, liderazgo, resolución de problemas, etc.) requieren una buena base de las competencias clásicas (expresión oral y escrita, lectura comprensiva, abstracción, memoria, etc.).

En lo que respecta a las redes sociales en contextos educativos, sucede algo parecido al uso de dispositivos tecnológicos en el aula: no todas las horas en las redes sociales afectan por igual al bienestar y al rendimiento académico. Existen numerosos estudios que relacionan el "miedo a perdérselo" (FOMO, "Fear Of Missing Out") típico de adolescentes con el uso excesivo de redes sociales, lo que provoca una notable reducción en sus horas de lectura, estudio o sueño [Vernon, Modecki & Barber, 2017]. Es decir, no es que las redes sociales tengan un efecto negativo per se en los y las estudiantes, sino que compiten en tiempo con actividades que son claramente beneficiosas [Oberst et al., 2017].

Otro aspecto que es necesario tener en cuenta es el comportamiento dentro de las redes sociales: un comportamiento pasivo en el que principalmente se consumen contenidos de otros usuarios suele provocar enfado en el caso de los hombres y depresión en el de las mujeres. Por contra, un comportamiento activo, publicando nuevo contenido e interaccionando con el resto de participantes en la red, se asocia a un incremento del bienestar [Verduyn et al., 2017]. Por lo tanto, es importante que dentro de la alfabetización digital que proporcione la escuela se tengan en cuenta estas cuestiones para fomentar un uso positivo de las redes sociales digitales.

Al igual que sucede con el uso de las TIC en el aula, el uso de redes sociales en contextos educativos no es necesariamente una mala idea pero conviene conocer cuáles son sus potenciales riesgos y el gran impacto que nuestras acciones en estas redes pueden tener en nuestras vidas presentes y futuras. Por este motivo, es importante que el uso de las TIC y las redes sociales forme parte de la alfabetización digital que será desarrollada a lo largo de la vida académica de adolescentes y jóvenes para que sean capaces de elegir la plataforma o herramienta apropiada a cada situación y sacar el mayor partido a su uso, una competencia fundamental en el siglo XXI.

Claves para el aula: 
  1. Prioriza la lectura en papel frente a la digital. Leer ficheros PDF en pantalla no ayuda a la comprensión lectora.
  2. Fomenta la escritura manuscrita para favorecer el aprendizaje y fomentar el desarrollo de las funciones ejecutivas.
  3. Emplea las TIC allá donde el formato analógico no llegue: visualizaciones en 3D, animaciones, simulaciones, actividades interactivas, etc.
  4. Siempre que las condiciones lo permitan, planifica sesiones presenciales en las que se den situaciones de acompañamiento o guía.
  5. La elección de dispositivos es clave: mejor videoproyectores y ordenadores con acceso a Internet que portátiles y tablets.
  6. Evita plataformas, dispositivos y redes sociales que compitan en atención o descanso con las actividades académicas.
¿Cuáles son las luces y las sombras del uso de las TIC en el aula?
19 de abril de 2021

Si tras leer este artículo, os han surgido preguntas, uníos a un Facebook Live en el canal de FECYT, el próximo lunes 19 de abril, a partir de las 19:00 h.
Podréis hablar en directo con Pablo Garaizar, autor de este artículo y profesor-investigador en la Universidad de Deusto, dentro del Deusto Learning Lab; y Patricia Rodrigo, maestra de primaria con especialidades en educación musical e inglés, en el CEIP Carlos Cano de Fuenlabrada.

Autor/a/es/as: 
Pablo Garaizar
Pablo Garaizar

Pablo Garaizar es doctor en Ingeniería Informática y licenciado en Psicología. Trabaja como profesor-investigador en la Universidad de Deusto impartiendo las asignaturas de Programación, Computación de Altas Prestaciones y Arquitectura de Sistemas en la Nube, e investigando sobre el desarrollo del Pensamiento Computacional dentro del Deusto LearningLab.

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