El pensamiento crítico cobra cada vez más importancia en la educación científica, puesto que vivimos en una época de auge de movimientos negacionis

Según se nos dice, los nuevos currículos que van a desarrollar la LOMLOE  se orientarán a enseñar a usar el conocimiento más que a la acumulación de saberes enciclopédicos. No se trata ya de adquirir conocimiento per se sino de que los estudiantes sepan usarlo para así encauzar los flujos de información -y de desinformación- propios de la sociedad actual hasta convertirlos en auténtico conocimiento.

Tanto las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC) como las redes sociales han suscitado, ya desde sus orígenes, grandes debates sobre la idoneidad de su uso en el aula por parte de estudiantes, docentes y familias. Estos debates complican las decisiones de los equipos directivos de los centros educativos, que se dividen entre quienes apuestan firmemente por el uso de TIC de manera global y quienes prefieren un uso más focalizado en la propia competencia digital.

Pocas cosas podrán afirmarse con tanta rotundidad sobre “la escuela del futuro” como que la diversidad será –es ya– una de sus señas de identidad. Y no sólo en términos cuantitativos –un incremento en el número de alumnos que responden a este perfil y precisan apoyo-, sino también en la propia heterogeneidad que configura el término diversidad.

La pregunta es: ¿Pueden los niños y niñas de infantil y primaria practicar el uso de pruebas y la argumentación? La respuesta es sí, como lo muestran resultados de proyectos en distintos países y, en nuestro caso, el trabajo del grupo de maestras de educación infantil Torque , en cuyas aulas Sabela F. Monteira ha estudiado durante tres años el desarrollo de estas prácticas científicas.

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