• No hay pruebas de que etiquetar a tu alumnado según su supuesto estilo de aprendizaje sea efectivo
Monday, January 17, 2022

Así como no hay dos personas idénticas entre sí tampoco hay dos estudiantes iguales. Cada aprendiz es único en términos de capacidad y recursos para adquirir diferentes contenidos; en cuanto a los intereses y pasiones que lo mueven hacia una disciplina u otra; o en los conocimientos previos que acumula en un momento dado. Estas diferencias van a condicionar su aprendizaje y, por tanto, es importante que los docentes tomen buena cuenta de ellas a la hora de diseñar las sesiones de aprendizaje.

De la misma forma, cada estudiante muestra de manera habitual una preferencia en la forma de aprender. Así, por poner solo un ejemplo, mientras hay quien se inclina más por escuchar los mensajes de forma oral, otras personas prefieren apoyarse en materiales visuales, como imágenes o gráficas. Ahora bien, ¿significa esto que adaptar la forma de enseñar del docente a los estilos de aprendizaje del alumnado va a promover el aprendizaje? Veamos. Para poder llegar a esta conclusión, debieran cumplirse varios requisitos:

  • En primer lugar, sería necesario poder categorizar de forma clara a cada estudiante en un estilo de aprendizaje concreto. Sin embargo, esto no siempre es posible. Primero porque en muchas ocasiones las personas no encajan en un único estilo de aprendizaje sino en una combinación de ellos. Y segundo porque el estilo de aprendizaje que adopta un aprendiz en un momento dado no es un atributo fijo sino que puede variar en función del tipo de contenido a adquirir (Willingham et al., 2015). Así, un mismo alumno puede adoptar un estilo de aprendizaje auditivo ante una nueva pieza de música y un estilo de aprendizaje cinestésico durante una sesión de baile. A estos contratiempos se suma el hecho de que no existe una sola sino más de 30 clasificaciones de estilos de aprendizaje diferentes y que, en general, los cuestionarios diseñados para determinar el estilo de aprendizaje de cada estudiante son poco fiables (Coffield et al., 2004).
  • En segundo lugar, sería preciso que las investigaciones existentes hubieran encontrado de forma sistemática una interacción entre la adaptación del docente al estilo de aprendizaje del aprendiz y el aumento del rendimiento académico en este último. Sin embargo, hasta la fecha esto no ha sido así y aquí está la clave. Los numerosos estudios que han puesto a prueba la teoría de los estilos de aprendizaje han demostrado que no se obtiene ningún beneficio por adaptar la instrucción del profesorado a los llamados estilos de aprendizaje de sus estudiantes (Kirchner, 2017).

A pesar de que existen numerosas pruebas científicas en su contra (Pashler et al., 2009; Willingham, 2015), cada vez que se pregunta a docentes a lo largo y ancho del planeta si creen que la teoría de los estilos de aprendizaje es cierta, en torno a un 90% considera que sí lo es (Ferrero et al., 2016). ¿Hasta qué punto hay que preocuparse porque este neuromito sea tan popular entre el profesorado? ¿Cómo de grave es? Depende. Si, por ejemplo, va a significar que el alumnado no sea instruido en estrategias eficaces de aprendizaje o que el centro escolar desvíe recursos materiales y personales a adquirir cuestionarios sobre estilos de aprendizaje y a aplicarlos, en lugar de invertirlos, a saber, en medir los conocimientos previos de sus aprendices entonces sí es un problema serio y se convierte en una batalla que merece la pena pelear. Por otro lado, cabe la posibilidad de que etiquetar a los estudiantes como tipos particulares de aprendices pueda socavar su creencia de que pueden triunfar mediante el esfuerzo y proporcionar una excusa para el fracaso; además de conducirlos a adoptar estrategias de aprendizaje equivocadas.

Si adaptar la forma de enseñar a los estilos de aprendizaje de sus estudiantes no tiene un impacto en el rendimiento, ¿qué debe guiar a cada docente a la hora de determinar el modo o los materiales que utilizar para promover el aprendizaje? Sin duda, la naturaleza del contenido. Esto es, el personal docente debe comprobar que el recurso educativo que elige en cada momento (ya sea un vídeo, un podcast o un texto, por poner solo algunos ejemplos) se ajusta al contenido que quiere que aprenda el alumno, a sus conocimientos previos y a sus capacidades e intereses (Pashler, 2008). La pregunta no debe ser si estamos logrando o no ajustarnos al estilo de aprendizaje de cada estudiante sino si estamos promoviendo en ellas y ellos un procesamiento profundo de la información que dé lugar a un aprendizaje significativo y duradero (Riener y Willingham, 2010). Más aún, si bien es cierto que cada estudiante es genuino y auténtico, la psicología cognitiva nos ha demostrado que hay una serie de estrategias de aprendizaje que resultan ser eficaces para todos, con independencia de su edad, nivel socio-económico o habilidad. Cabe destacar aquí, por ejemplo, la evocación, la práctica distribuida y la práctica entrelazada.

A modo de conclusión, los estudiantes pueden tener y tienen preferencias sobre cómo aprender pero no hay ninguna prueba de que satisfacer dichas preferencias vaya a mejorar su aprendizaje. En todo caso, confiar en la teoría de los estilos de aprendizaje y trasladarla al aula puede desviar la atención y recursos del profesorado de lo que realmente hace únicos a nuestros aprendices: sus conocimientos y experiencias previos, sus habilidades y sus intereses.

Claves para el aula: 

La investigación científica no respalda la identificación de diferentes estilos de aprendizaje. En lugar de esto, el personal docente preocupado por hacer su práctica más inclusiva puede procurar:

  1. Comprender las diferencias entre estudiantes, incluidos los diferentes niveles de conocimientos previos y las barreras de aprendizaje.
  2. Garantizar una enseñanza receptiva, incluyendo modelos, explicaciones y andamiaje, así como feedback de alta calidad para todo el alumnado.
  3. Brindar apoyo académico específico donde se identifican necesidades de aprendizaje.
  4. Apoyar al alumnado en la planificación, seguimiento y evaluación de su propio aprendizaje.
  5. Al agrupar a estudiantes, controlar cuidadosamente el impacto en su progreso,  motivación y comportamiento individuales.

 

Por qué hablar sobre alumnado con distintas necesidades y no sobre estilos de aprendizaje
27 de enero

Si tras leer este artículo os han surgido preguntas, uníos a un debate en nuestro canal de YouTube el próximo jueves 27 de enero, a partir de las 19:00 h. Podréis hablar en directo con Marta Ferrero, autora de este artículo y profesora y Vicedecana de investigación de la Facultad de Educación de la UAM, David Saldaña, del Departamento de Psicología Evolutiva y de la Educación de la Universidad de Sevilla, y Auxi Sánchez, del Equipo de Orientación Educativa de Vélez Málaga.

Autor/a/es/as: 
Marta Ferrero
Marta Ferrero

Maestra, psicopedagoga y doctora en psicología. Tras alternar varios años el trabajo de maestra de educación infantil y orientadora en el ámbito escolar con la investigación y la docencia en el ámbito universitario, actualmente es docente en Facultad de Formación del Profesorado y Educación en la Universidad Autónoma de Madrid. Está especialmente interesada en acercar los principales hallazgos de la investigación científica a la comunidad educativa.

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